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Conducir en estado de ebriedad: crimen que exige más control y conciencia

El reciente accidente en Ciudad del Este, en el que un funcionario de la Fiscalía, presuntamente bajo los efectos del alcohol, atropelló y mató a un guardia de seguridad, es una tragedia que expone la urgente necesidad de que se intensifiquen los controles para erradicar el irresponsable y mortal hábito de conducir en estado de ebriedad. 

Este tipo de conductas, que pone en riesgo la vida de peatones, ciclistas, motociclistas y otros conductores, sigue cobrándose víctimas inocentes, una tras otra, en nuestras carreteras.

Es alarmante que incluso personas en posiciones de autoridad, como un asistente fiscal, participen en este tipo de conductas que deberían ser, precisamente, las primeras en condenar. La sociedad paraguaya merece que se actúe con coherencia y rigor para reducir el número de accidentes y muertes que suceden por culpa de conductores irresponsables, una responsabilidad que recae tanto en las autoridades como en cada ciudadano que se pone al volante.

El caso de Fernando López Martínez, el guardia de seguridad que perdió la vida camino a su hogar tras una larga jornada laboral, simboliza a los cientos de víctimas silenciosas que mueren cada año en nuestras carreteras por conductores ebrios. No es suficiente con la sola indignación pública ni con el llamado a la prudencia en estas situaciones. Urge que la ciudadanía y las autoridades tomen cartas en el asunto, promoviendo la educación vial y la sensibilización hacia los riesgos que implica el consumo de alcohol al volante.

Las autoridades, en particular, deben fortalecer los mecanismos de control preventivo y actuar de manera estricta, sin privilegios para quienes ocupan cargos en instituciones públicas. Es imperativo implementar controles aleatorios y frecuentes de alcoholemia en puntos estratégicos de las principales carreteras y avenidas del país, especialmente en horarios críticos como las madrugadas de los fines de semana. Además, aquellos que transgreden la ley y provocan la muerte de otros deben enfrentar consecuencias ejemplares, sin excepciones ni privilegios.

La responsabilidad, sin embargo, no recae únicamente en las autoridades. La ciudadanía también debe asumir su papel en esta problemática. Conducir en estado de ebriedad no es un simple acto de imprudencia, sino un crimen que amenaza la vida de terceros. La educación vial debe inculcarse desde el hogar y reforzarse en las instituciones educativas, dejando en claro que manejar bajo la influencia del alcohol es una decisión inaceptable y potencialmente mortal.

El recuerdo de Fernando López y de tantas otras víctimas fatales debe servir como un llamado a la acción. Las autoridades deben intensificar los controles y la ciudadanía asumir su responsabilidad en la seguridad vial, pues cada accidente que cobra una vida es una tragedia que podría haberse evitado con una cultura de conciencia y respeto.

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